El mito de Brauner:

Reflexiones en torno al azar objetivo, la imaginación y la magia.

Cotidianamente se nos impone la vivencia del mundo como algo opuesto o simplemente indiferente a nuestros deseos, en la medida en que damos por supuesta una separación entre lo real (completamente exterior, por tanto, ajeno) y nosotros (interior irreductible y absoluta subjetividad). De modo que habitualmente concebimos la realidad como aquello que queda más allá del sujeto que contempla su devenir sin poder hacer nada. Y, sin embargo, hay ocasiones en las que se produce una conjunción de fenómenos extraordinaria que nos sobrecoge por lo inesperado de su relación con nuestras expectativas, vivencias o deseos. Una de estas ocasiones es la que surge en el azar objetivo y analizando el mismo tendremos la oportunidad de adentrarnos en uno de los núcleos problemáticos más intensos del surrealismo. La importancia del azar objetivo no se encuentra sólo desde el punto de vista especulativo en sus relaciones con la base de todos sus juegos e investigaciones esenciales, pues se sostiene en el problema de la relación entre el principio de placer y el de realidad, sino también en lo que implican existencial y personalmente esa experiencia.

Dentro de los diferentes encuentros azarosos que se han dado en el surrealismo, el ejemplo más llamativo y paradigmático de esta vivencia es la premonición y mutilación vividas por Victor Brauner y a través de este acontecimiento, que ha acabado deviniendo en mito, se pueden poner a prueba algunas posibles explicaciones del azar objetivo. Nadie puede permanecer impasible cuando inesperadamente el mundo deja de ser contingente. Y, en la enorme paradoja en la que nos encontramos, el experimentador pasa por diferentes momentos en los que va creciendo la ambigüedad y la exaltación: en un primer momento parece que el juego consiste sencillamente en descubrir los propios anhelos inconscientes e ingobernables que permanecen ocultos a pesar de los condicionamientos externos y propios; después se realiza un paso más ambicioso volcándonos en lo exterior y se intenta alcanzar el conocimiento que desvele los verdaderos nexos que unen los entes reales para mediante la voluntad intervenir y plegar el mundo al deseo descubierto; y, sin embargo, por último, se llega a aceptar hasta amar el mundo tal y como acaba afirmándose, sin estoicismo ni frustración, sino con la exaltación de quien conoce al fin lo que es. Por tanto, y como punto de partida, el azar objetivo significa salir al encuentro del amor, de lo maravilloso o, sencillamente, del mundo con la postulada ingenuidad de quien busca algo sin saber qué, asumiendo el riesgo de aceptar cualquier encuentro desconcertante del que no podremos ya huir, que se convertirá, a fuerza de convocarlo, en dichosa necesidad (por antagónicos que resulten los términos).

La vivencia del azar objetivo de Victor Brauner, que conmovió profundamente a las personas que le rodeaban en aquel momento y que ha conducido a numerosas interpretaciones, es conocido. Así, durante años Brauner estuvo realizando una serie de imágenes en las que aparecía él mismo y otros personajes a los que les faltaba un ojo o estaban completamente ciegos, convirtiéndose en un tema bastante recurrente en su obra. Dentro de esta temática se inscribe el autorretrato de 1931 en el que se muestra sin uno de los ojos y que posteriormente se consideraría como una visión premonitoria de lo que iba a sucederle el 27 de agosto de 1938. Aquel día varios amigos se encontraban terminando la noche en el estudio de Óscar Domínguez cuando se produjo una fuerte discusión cuyos motivos fueron pronto olvidados y Victor Brauner fue accidentalmente herido perdiendo su ojo izquierdo.

Los hechos a los que acabo de hacer referencia, convertidos pronto en mito dentro del surrealismo, quedan como una de las experiencias fundacionales más conmovedoras. El valor de la misma es el de la forja de un héroe trágico al que se le exige un sacrificio no tan sólo simbólico, sino carnalmente excesivo. El reto con el que es desafiado Brauner se interpreta hoy en día como algo absurdamente desproporcionado, es decir, cuando el orden espectacular de las representaciones está tan deteriorado hablar de las consecuencias trágicas de una imagen artística suena descabellado. Y sin embargo, el relato no pierde ni un ápice de su fuerza trastornadora, porque no se trata sencillamente de una percepción subjetiva, de una vivencia privada en la que se otorga un significado emocional a un objeto o una persona encontrada de forma aparentemente azarosa, sino de una vivencia desbordante, en la que queda explícitamente roto el orden de lo causal haciendo que se tambaleen las aparentemente rígidas estructuras racionales de interpretación del mundo. Convirtiéndose en un relato oracular en el que poco importa el rigor de la memoria, pues las recreaciones de los comentadores son infinitas, frente al acto mágico que acabó generando un mito profano de una fuerza extraordinaria.

No obstante, considero que las interpretaciones que se han realizado sobre este hecho no agotan en absoluto el núcleo de discusión sobre la naturaleza de lo que llamamos azar objetivo. Si acudimos en primer lugar a la explicación psicoanalítica las lecturas son muy variadas, aunque algo insuficientes al rebajar inmediatamente la tensión de lo maravilloso. En este sentido, la primera interpretación y más obvia es aquella que coloca a Brauner como reencarnación del cruel mito de Edipo y la mutilación del ojo en la oportunidad de recibir el castigo por un crimen que el destino le estaba ocultando. Sin embargo, si se recorre mínimamente la vida del pintor no se encuentra ningún crimen (consciente o inconsciente, voluntario o no) que justifique dicha venganza de lo real. En la ambiciosa tarea, que pone en marcha el mismo Brauner por comprender esta arrebatadora experiencia e incorporarla a la mitología que elaborará de su propia existencia, va entender esa mutilación como el castigo por una especie de culpa histórica universal. De este modo declaraba en el año 1962: “Mi pintura es autobiográfica, en ella relato mi vida. Mi vida es ejemplar porque es universal. Ella relata también los sueños primitivos en su propia forma y en su propio tiempo” (1). Dentro de esa universalidad la pérdida de su ojo se integraría como uno de los castigos que sufre la conciencia moral de la humanidad por los nefastos crímenes cometidos durante el convulso siglo XX. En este sentido, no resulta difícil comprender el modo en el que la segunda guerra mundial pudo impactar a Brauner y generar ese sentimiento de culpabilidad, quizá por no haber participado activamente ni en la guerra ni en la resistencia, necesitando expiar de algún modo trágico esa angustia.

La elaboración de una interpretación edípica a esa casi satisfacción que muestra Brauner tras la pérdida del ojo, y que Mabille en el artículo El ojo del pintor publicado en Minotaure (2) caracteriza como indolencia, tiene una prolongación directa en la elaboración de un esquema ontológico general con el que el pintor buscar articular y dar sentido a toda su obra. Hablamos, así, de la creencia por parte de Brauner de su sometimiento a un orden de carácter teleológico en el que se acaban saldando todas las deudas al margen de la voluntad o el simple conocimiento de la culpa. A través de esta fatal noción escatológica se podrían comprender mejor las investigaciones que emprende en torno a la alquimia y la kábala, dado que ambos saberes entroncan con la búsqueda de los mecanismos mágicos con los que acercar la voluntad del ser humano al mundo. Evidentemente, esta progresiva inclinación de Brauner hacia posturas de carácter esotérico y ocultista, con las que va a construir su propio mito, despierta los claros reparos de Breton y otros miembros del grupo surrealista. Y lo cierto es que realizar una lectura literalizada del azar objetivo como las fuerzas del fatídico destino descargando el merecido castigo por una culpa aún desconocida resulta groseramente religiosa, llegándose a vincular no tanto con ese mito supuestamente fundacional de la sexualidad masculina, sino más bien con el rancio sentido de culpa católico.

 

 

Pero, como ya hemos indicado antes, el significado de este azar objetivo permanece irreductible y más allá de la anterior explicación se abren otros cauces de comprensión. Para que esto haya resultado posible ha sido imprescindible liberar el concepto de azar objetivo de las categorías causales más simplistas. En este sentido, la primera ruptura que se torna necesaria es la del propio significado literalizador del término azar objetivo, tomado de la tradición materialista más ortodoxa y utilizado por Engels para hacer referencia al verdadero sentido de la causalidad, que se convertiría en la forma de manifestación de la necesidad. Es decir, el modo en el que el limitado conocimiento del ser humano tiene acceso al funcionamiento profundo del mundo hasta comprender que aquello que en principio conozco como azar no lo es más que en apariencia. La apropiación que realiza Breton de este concepto está guiada por la atracción que produce la unión paradójica de dos ideas en principio tan contrapuestas, que permiten numerosas evocaciones. Y, sin embargo, al mismo tiempo que evoca significados, nos obliga a una transgresión constante de la lectura apegada a una categoría tan científica como “objetivo”. Es innegable la fuerza que guarda la unión antagónica y la voluntad de remitirnos al ámbito de lo real, lo tangible, lo material. Pero precisamente, por esa obligación de remisión a lo material, el añadido de “objetivo” constriñe y elimina cualquier posibilidad de trascendencia (que no metafísica) o de sentido profundo. Nos obliga, por tanto, a olvidar el sentido cientificista primigenio en el que se usa la palabra y a definirlo de forma negativa. Así el “objetivo” del azar objetivo es lo no subjetivo, lo no interpretable, lo no evanescente, lo no espiritual,… De modo que cada vez que queremos concretarlo nos asalta la duda de estar traicionando su sentido original, su pretendida capacidad de objetividad.

No hay que olvidar que el surrealismo elabora un rechazo explícito a aceptar los esquemas explicativos provenientes de la ciencia clásica y que han sido apuntalados por el racionalismo filosófico. Así, tanto Pierre Mabille como André Breton cuando teorizan en torno a este tema defienden la posibilidad de ir más allá de los esquemas newtonianos de espacio y tiempo intuyendo que quizá la ciencia que se desarrollaba contemporáneamente a ellos (todos los derivados de la teoría de la relatividad) podría ofrecer la superación de estos conceptos vacíos, pero muy arraigados a nuestra cotidianeidad. Además, y llegando al extremo opuesto de la ciencia, el surrealismo deja fuera cualquier posibilidad de una explicación causal basada en una búsqueda mística, metafísica o paranormal que trate o bien de encontrar los nexos mistéricos ocultos en lo real o, peor aún, las burdas y ridículas pruebas “científicas” que nos muestren las auras, energías o capacidades paranormales puestas en marcha en estas situaciones. En el caso de Brauner es bastante recurrente atribuirle, como hace por ejemplo Ernesto Sábato (3) una capacidad claramente premonitoria al pintor, quien habría sido capaz de anticipar nítidamente su propio futuro al modo de Casandra (compartiendo con ella, claro está, lo trágico e irremediable de esa visión). Evidentemente con el uso del concepto de premonición Sábato renuncia a explicar de cualquier modo el acontecimiento y se permite traducirlo a una categoría mágica, con una capacidad paranormal que zanja cualquier pregunta.

Por todo ello, cuando se investigan los fenómenos del azar objetivo, al surrealismo no le preocupa excesivamente el descubrimiento de los hilos de causa-consecuencia que hacen moverse al mundo. Es cierto que de repente se ha evidenciado una posible relación entre nuestro deseo y lo real, pero el intento de determinación de esta relación en el plano físico o metafísico no es más que una cuestión científica o filosófica que nos obligaría a transitar derroteros literalizadores en busca de una explicación medible o conceptualizable. Lo verdaderamente interesante es mostrar algo mucho más sutil, ambiguo y resbaladizo: la relación entre el principio del deseo y el principio de realidad, cómo se aúnan las necesidades humanas y las determinaciones del mundo. El surrealismo entiende que el fenómeno del azar objetivo puede comprenderse a través de dos actividades complementarias, por un lado es la conciencia la que trata de anticiparse para reconocer o descubrir aquello que reposa en su volición más profunda y que misteriosamente se corresponde con el mundo, por otro lado es tratar de convocar a la realidad a través de la imaginación. Esta doble tarea no se simplifica al modo de lámpara mágica en el que el mundo nos obedece con sólo frotarla, sino que las herramientas para provocar a lo real son  los juegos, las derivas, los poemas. Se trata de generar una tensión constante entre el ejercicio activo de descondicionamiento, de liberación de deseos y voluntades, afirmar esa nueva voluntad sobre lo real y aceptar las relaciones tal y como existen.

En el caso de Victor Brauner nos topamos con un acontecimiento extraordinario que dota de un sentido a sus pinturas del que antes carecía y nos obliga a sospechar la manifestación de un deseo, energía o voluntad hasta entonces acallado. Llegados a estos términos explicativos una conciencia mínimamente racional se rebela contra la idea de  que Brauner fuera capaz de poner en marcha algún tipo de voluntad personal con la que podría haber invocado el devenir de los acontecimientos y la expliquemos mágica o alquímicamente. Y, sin embargo, para tratar de confeccionar una explicación del azar objetivo muchas de estas ideas van a ir apareciendo, eso sí, no de un modo literalizado, sino oblicuo, a través de la recuperación de la imaginación como órgano articulador de esta noción de magia. A este primer rechazo de la razón ante el mito de Brauner debemos sumar la imposibilidad de simplificar la experiencia del azar objetivo con una visión idílica y armoniosa de la realidad, porque en el caso que nos ocupa será precisamente la violencia del condicionamiento del ser humano por su propia voluntad y lo real lo que nos maravilla y nos perturba profundamente.

 

Cuando Breton llama al azar objetivo el problema de los problemas es porque a través de él se posibilita el cuestionamiento las relaciones existentes entre la “necesidad natural” y la “necesidad humana” y la pugna entre lo determinado y la irrenunciable libertad. En este sentido, resulta profundamente conmovedor el duro ejercicio que Brauner realiza para asumir el devenir doloroso de los acontecimientos. A Brauner le fascina su destino trágico, el descubrimiento de que no podemos hacer nada por anular lo que ha de suceder y pagar el tributo que nos exige lo real. No hay huida posible porque la realidad avanza de modo inexorable, siempre reclama lo suyo y, como dice Pierre Mabille, el ojo de Brauner “debe ser destruido”. Y, no obstante, esta actitud no le conduce a la resignación de sentirse una fatal víctima a merced del destino, sino que Brauner despliega una aceptación que no es sin más la serenidad estoica, sino que al anticiparse a lo que ha de suceder prepara a la conciencia para aceptarla como parte de su propia voluntad. Es una aceptación de lo real como un devenir completo, una historia ya terminada, que casi se anhela, que se ama como amaba Nietzsche el eterno retorno. Lo real tal como ha de suceder no puede más que ser amado porque es lo único que existe, lo único a lo que podemos aferrarnos, ese es el dolor que implica estar realmente vivo. Esta noción, que se encuentra significativamente ligada a la del amor fati nietzscheano (4) acaba constituyéndose como la mínima sabiduría a través de la cual podríamos entender y desarrollar nuestra existencia siendo conscientes de su precariedad, precisamente enraizada en su propia indigencia y tratando de abrirse paso hacia efímera felicidad a través del deseo liberado.

Desde esta perspectiva la noción de libertad, exigencia primigenia del surrealismo, se aleja de cualquier simplificación ingenua, porque para Brauner no se trata de obedecer dócilmente a ese destino que se precipita irremediablemente sobre nosotros, sino de adelantarnos a la urdimbre de los acontecimientos, convocar el devenir del mundo, para generar la exaltación con la que desear que acontezca con todas sus consecuencias. Se elabora una postura muy cercana a la provocación del dandy ante la muerte, quien  se aparta de una concepción derrotista y resignada para anticiparse de manera exultante a lo que ha de suceder. Por eso en el surrealismo, a través de los juegos o de los paseos lo que se intenta es salir al encuentro azaroso de esos signos que me conducirán a quien siempre ha sido mi amante. Adelantarse para espiar lo real en su desenvolverse, para aceptar amorosamente lo bueno y lo nefasto, para maravillarnos ante esas necesidades que se descubren en el mundo.

A pesar de la ambigüedad de los términos con los que Brauner hace mención de su experiencia que le acercan a una visión claramente mítica y trágica, ni Breton ni Mabille aceptan sin más una especulación que entre en el terreno de un concepto tan lastrado religiosa y filosóficamente como el de destino. Pues en el surrealismo repugna la idea de la existencia de unos hilos misteriosos que manipulen al ser humano a través de intencionalidades más o menos sagradas. Desde este punto de vista afirmar el destino significa impedir al ser humano hacerse cargo de su existencia y abandonarlo a fuerzas exteriores incontrolables y desconocidas ante las que uno no puede más que postrarse y suplicar clemencia. No hay que olvidar que el surrealismo entronca con la tradición más feroz de búsqueda de la libertad y, sin embargo, en la medida en que el movimiento se aleja de cualquier liberalismo ingenuo trata de establecer una investigación sobre las determinaciones de la realidad y del ser humano que impiden el libre arbitrio. De aquí no se desprende sin más un enfrentamiento del sujeto ante lo existente para afirmar su deseo, sino un juego, una tensión entre rebelión y aceptación de las necesidades del mundo y del yo. De este modo podemos encontrar afirmaciones como la del filósofo Ferdinand Alquié, quien indica que “la libertad surrealista es menos libre arbitrio que fidelidad al destino” (5). El problema de Alquié es su empeño en reconciliar surrealismo y cartesianismo (o, en general, racionalismo), algo que hoy sigue exigiendo una torsión de las bases del surrealismo realmente aberrante. Pero la idea que continua siendo importante dentro de la investigación de Alquié en La filosofía del surrealismo es que no tiene sentido reivindicar nuestra libertad en términos abstractos sin conocer los límites de la misma.

Evidentemente, el surrealismo rechaza de forma explícita toda la serie de determinaciones de carácter social, económico o político provenientes de la ideología burguesa y religiosa que tratan de imponer al ser humano unas pseudonecesidades hipócritas, alienantes y criminales. Estas imposiciones son inaceptables y deben poner en marcha mecanismos de rebelión en cada uno de nosotros. Sin embargo, cuando analizamos el azar objetivo nos asaltan dos limitaciones que, a pesar del anhelo de superación que despiertan, se imponen sobre nuestra posibilidad de ser libres: por un lado, la determinación psíquica de la que nos hace conscientes Freud y, por otro lado, el devenir de lo real cuyo funcionamiento profundo desconocemos.

La primera de las limitaciones trata de ser superada a través del descondicionamiento personal al que nos acercan los diferentes ejercicios de automatismo psíquico. La puesta en marcha de estas disciplinas subjetivas tiene como consecuencia el abandono de la noción de un sujeto directivo al modo de la res cogitans cartesiana, una clara estructura identitaria que trataba de dirigir y, en la mayoría de los casos, censurar la cantidad de pulsiones que nos recorren. Sustituida la noción de una identidad holística y concreta por la idea de sujeto como un cúmulo de energías y fragmentos, se comprende perfectamente la noción de libertad freudiana como placebo ante la angustia de la absoluta determinación psíquica. En este sentido, Freud acepta que el ser humano utilice el concepto de libertad dentro de nuestra cultura, de hecho, si nos aferramos de un modo tan violento al mismo es porque debe cumplir algún tipo de función en nuestro frágil equilibrio mental. Pero en realidad, por debajo del aparente control, vivimos absolutamente determinados por el funcionamiento de nuestro psiquismo tanto en las decisiones importantes (llegando a la conclusión de que hacemos lo que debemos hacer), como en las aparentemente superfluas (en las que permitimos manifestarse nuestras pulsiones disfrazadas de decisiones voluntarias). El surrealismo acepta, por tanto, la noción del ser humano como suma fragmentaria de pulsiones, deseos o voliciones cuyo fin último es la afirmación del principio de placer, por encima de condicionantes culturales, pero, también, subjetivos o vanamente identitarios. Volviendo al caso de Brauner, la afirmación violenta de ese principio de placer resulta sumamente desconcertante pues implica un daño irreparable que arrastra una interpretación más trágica que masoquista, más cercana al sobrecogimiento de la revelación que al humor negro (una vía de significación que sorpresivamente no es desarrollada en ningún momento, quizá debido al vínculo amistoso existente que impediría dejar al descubierto el sentido más irónico del refrán “ten cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse realidad”).

El intento de superación de la primera determinación se convierte, en consecuencia, en un abandono de los diques interiores artificiosos y un desbordar hacia el exterior, poniendo a prueba la segunda de las limitaciones a la que hacíamos referencia. De ahí que la mayor parte de la investigación surrealista sea un ejercicio de invocar lo maravilloso para que haga acto de presencia y nos sobrecoja, siendo este el resultado de la experimentación con imágenes, los cadáveres exquisitos, los paseos, el encuentro con objetos y con personas amadas, etc. Esta provocación, que trata de descubrir manifestaciones del principio de placer en lo real, queda muy lejos de la interpretación meramente artística del surrealismo que lo entendería como un ejercicio de identificación de los deseos ocultos para a través de una catarsis incontrolable y genial poder plasmarlos en representaciones simbólicas. Siendo la hermenéutica practicada sobre estas representaciones estéticas la que acabaría de rematar esta visión de lo que sería el arte surrealista. Así, en Brauner la representación pictórica de la mutilación es tan sólo un anuncio que adquiere su completo valor en el momento en el que el principio de realidad se afirma revelando la oculta voluntad que se había puesto en marcha en las manos del pintor.

Una vez establecidas las dificultades para ejercer la libertad por parte del ser humano, el papel de este a la hora de comprender o, mucho más ambiciosamente, relacionar los principios de placer y de realidad se tuerce aún más. De ahí que Breton en su obra El amor loco se refiera al azar objetivo replanteando la idea primigenia de Engels e invirtiendo el orden en el que habitualmente comprendemos estas experiencias: el azar sería la forma de manifestación de la necesidad exterior que se abre camino en el inconsciente humano. Podría decirse que es la realidad, por tanto, la que toma la iniciativa volcándose en la parte más oculta e incorruptible de cada uno de nosotros, que sería el inconsciente. La tarea siguiente del ser humano consistiría en la toma de conciencia de esos indicios que se han ido depositando en su psique y rescatarlos para poder comprender el mundo. Este rescate no es más que el ejercicio de conciliación constante entre el deseo y lo real a través de los hallazgos azarosos, una serie de azares aparentes que nos maravillan por la sensación de evidencia que les acompañan. La reflexión que quiere aportar este texto es que la imaginación es la facultad humana que permite precisamente esa liberación de las tramas del inconsciente buscando manifestaciones o materialización en la realidad. La imaginación tendría la capacidad de generar un acto mágico puesto en marcha por la subversión de la voluntad humana en cada descubrimiento de lo maravilloso, convertido en conjunción aparentemente azarosa.

Si cotidianamente los principios de placer y de realidad nos parecen radicalmente incompatibles es por la imagen de un mundo ya escindido que se nos ha inculcado. A partir de la asunción de esa ruptura esencial el ser humano aparece continuamente como un sujeto indigente incapaz de darle el sentido metafísico y holístico necesario a nuestra relación con lo real y poder cumplir así nuestro destino emancipador y heroico. Hay que añadir que esta visión impuesta por nuestra cultura filosófica y religiosa, como nos diría Nietzsche, nos hace esperar estúpidas recompensas alcanzables sólo en el reino de los muertos, guiándonos a través de vanas ilusiones metafísicas y místicas que postergan para siempre el hacernos cargo de nuestra vida. De ahí que la única salida posible que nos acerque a la libertad sea la de aceptar la fuerza de ambos principios y amar las consecuencias de la tensión que introducimos a través de nuestra voluntad entre ellos cuando por un instante somos testigos de su concordancia (sean cuales sean estas consecuencias). Por un momento el mundo deja de ser ajeno y parece obedecer nuestros anhelos, por un momento toda la energía que hemos derrochado en esta búsqueda queda recompensada, de manera sorpresiva, apabullante, desbordante.

 

 

Si partimos de la concepción de la magia como la capacidad de alterar lo real al margen o, incluso, en contra de las relaciones causales podríamos tratar de vincularla con el azar objetivo, no con la intención de reconciliar todos sus elementos, pero sí para explicitar conceptos de este azar objetivo que siguen quedando en un terreno ambiguo y oscuro. Todas las interpretaciones del mito de Brauner acaban utilizando términos mágicos u ocultistas no con la intención de literalizar la comprensión del mismo (salvo en el caso de Ernesto Sábato que ya hemos comentado), sino de nominalizar ese algo incomprensible que se nos escapa. De este modo Pierre Mabille indica que son dos las explicaciones posibles a la experiencia de Brauner: o bien se trata de una premonición o “(…) quizá las formas mutiladas han puesto en marcha unas fuerzas mágicas y han creado un clima psíquico del que el accidente debía ser el término ineluctable” (6). Con esta idea Mabille está volviendo en cierto modo al concepto de magia renacentista, cuando la disciplina estaba vinculada con el nacimiento de las ciencias positivas y el desarrollo de la alquimia, según el cual la magia sería la capacidad de alterar las condiciones de la naturaleza a través de la invocación de determinadas fuerzas guiadas por la voluntad humana. Ese clima psíquico al que hace referencia Mabille podría corresponderse con esa energía proveniente de la voluntad subjetiva capaz de poner patas arriba el orden esperado de la naturaleza.

En este mismo sentido podemos recalar en las ideas sobre el funcionamiento de la naturaleza y su relación con la voluntad humana de un autor como Schopenhauer, dado que realiza una defensa directa de las posibilidades de la magia apoyándose en referencias renacentistas. Para Schopenhauer la magia ofrece la posibilidad de conjugar su propia filosofía de la voluntad como representación con el conocimiento y manipulación del mundo a través del descubrimiento de los nexos metafísicos ocultos en la realidad. La magia se reconocería como el primer arte o técnica que desarrolla la imaginación en todos los pueblos, es decir, la tarea de positivizar los deseos imaginados en lo real convocando las fuerzas misteriosas (por ser desconocidas) que actúan en la naturaleza. La clave para este ejercicio de reciprocidad entre el mundo y el ser humano es una voluntad que es esencia íntima del hombre y a la par de la misma naturaleza, brotando un reconocimiento espontáneo, incontrolable e inexplicable.

Dejando al margen la explicación puramente metafísica y casi mística de la existencia de conexiones secretas entre la naturaleza y el ser humano, lo que me interesa de ese concepto de la magia como arte primera es la idea de la imaginación como principio de esa energía de invocación con la que buscamos nuestra afirmación sobre lo existente. Una afirmación que aspira no sólo a la simple conexión cognitiva o espiritual con la naturaleza, sino a la materialización en alguna forma de lo real. La imaginación se convierte irremediablemente en un elemento cardinal y para comprenderlo sólo es necesario retrotraernos al concepto clásico casi olvidado de la misma, según el cual su poder es el de crear imágenes de lo real en nuestro interior guiados por el deseo. En un mundo tan banal como el que vivimos la referencia a términos como imaginación o representación no hace más que remitirnos a pseudoexperiencias de comunión alrededor de una imagen reificada a través de los medios. Sin embargo, para Schopenhauer y para gran parte de la historia del pensamiento, la representación entraña la creación de un modelo interior que trata de reflejar al modo de un espejo lo real exterior, permitiendo sobrevivir a la realidad en nuestra mente cuando cerramos los ojos y despareciendo irremisiblemente cuando morimos nosotros. Esta postura radicalmente idealista y subjetivista posibilita a la imaginación adquirir un poder de invocación que hoy en día nos resulta casi fantasioso, mientras que para muchos autores clásicos era simplemente abrumador.

La imaginación, por tanto, tendría la capacidad de crear imágenes de lo real en nuestro interior guiados por el deseo, dichas imágenes no son en ningún modo asépticas, porque por un lado cambian nuestro estado de ánimo y, por otro lado, esa variación emocional tiene como meta empujarnos a actuar en lo real para amoldarlo a lo imaginado. Evidentemente no todas las corrientes de pensamiento van a valorar de manera positiva ese poder transformador de la imaginación, así, por ejemplo, un racionalista como Spinoza nos alerta del peligro de desmanes al que nos empuja el no poder controlar las emociones que despiertan en nosotros los objetos imaginados. Esa capacidad de conmoción acaba pudiéndose proyectar en un hacer mágico, usando medios ocultos (con todas las connotaciones que tiene el concepto de oculto, pues se refiere tanto al hecho de ser desconocido, como al peligro, el exceso, incluso, lo monstruoso) para afirmar nuestros microcósmicos deseos en el macrocosmos. A este respecto Schopenhauer cita al químico y alquimista Jan Baptista van Helmonten en su intento de justificar una vuelta a la investigación de las capacidades de la magia: “Porque este deseo, que es pasión del imaginante, crea así la idea, no vana sino ejecutiva y movedora de encantamiento” (7).  

Estas ideas de la facultad humana de lo imaginario y la magia están muy cerca de la noción surrealista por la que lo imaginado es aquello tendente a lo real, expresión de la voluntad consciente o inconsciente que no se conforma con la mera contemplación de lo existente. De hecho, Ferdinand Alquié en Filosofía del surrealismo indica explícitamente que Breton para sus primeras reflexiones parte de esta misma idea de imaginación. La magia a la que se refería Mabille en la cita que comentábamos anteriormente podría ser entonces esa fuerza inexplicable del ser humano para convocar a lo real a través de objetos simbólicos. En el afán del surrealismo por ir más allá de los esquemas de clasificación de las ciencias positivas (ya sea la física, ya sea la psicología), la energía de la imaginación y su canalización a través de la magia les permiten trasgredir sus lineales categorías de mundo interior/mundo exterior y las de presente, pasado y futuro. Tal y como indica Breton en el Segundo Manifiesto del Surrealismo: “Todo induce a creer que en el espíritu humano existe un cierto punto desde el que la vida y la muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de ser vistos como contradicciones” (8). Habitualmente esta presentación de oposiciones que realiza Breton se interpreta desde la admiración al pensamiento dialéctico de Hegel e, incluso, como una posible referencia a las posibilidades del desarrollo de la teoría de la relatividad. Pero, esa superación dialéctica no ha de comprenderse exclusivamente como el empujar al ser humano a un estadio nuevo en un futuro histórico superior al burgués, sino también, desde una perspectiva esotérica, como el retorno a través de las formas primigenias de conocimiento del ser humano a un estadio precientificista desde el que poder contemplar (y actuar sobre) lo verdaderamente real. Por tanto, Breton nos indica que dentro del ser humano permanece de manera irreductible la capacidad para llegar a una comprensión originaria de lo real en el que las maniqueas oposiciones del positivismo se desvanecen.

Desde esta perspectiva, el azar objetivo nos da la posibilidad de descubrir que el mundo  no está articulado a través de escisiones tajantes entre vida y muerte, placer y dolor, sino que nos deslizamos sinuosamente a través de experiencias en las que se mezclan ambas sin distinción clara. La búsqueda que se emprende es la de dejar mostrarse al mundo sin necesidad de distinguir, de nombrar, de literalizar la ambigüedad del encuentro reduciéndolo de forma racionalista. El objeto, la imagen o la persona amada se convierten en la posibilidad de toparnos con un mundo en carne viva que nos desvela por un instante sus engranajes produciéndonos una certeza que en su vertiginosa exaltación no deja de ser una mezcla del placer de lo encontrado (por fin el tesoro anhelado) y del dolor de la más que posible pérdida (del paso del tiempo, de la enfermedad, la mutilación, el olvido).

La persistente facultad humana que nos permite entrever en determinados momentos esa usurpada comprensión primigenia del mundo, que sigue siendo capaz de hacernos sensibles ante el azar objetivo, que anhela más allá de nuestra intención consciente, provocándonos el apetito de lo maravilloso, es la imaginación. Lo que tratan de lograr las horas de paseos sin rumbo, de espera atenta, es la puesta en marcha de una imaginación intuitiva que nos guíe. Necesitamos abandonarnos a esa imaginación excedente que encuentra nexos, objetos, amores, deseos, sentidos ocultos u olvidados y que se afirme violentamente subvirtiendo la realidad y a nosotros mismos. Por eso Brauner aceptó la pérdida, porque no podía más que maravillarse ante un mundo por fin erguido en todo su sentido, aunque éste le descargara un golpe. Y su actitud, insisto, fue la de maravillarse, que es lo que hacemos ante la magia, los héroes o el mito, algo que se encuentra muy lejos de rendirse o postrarse que es lo que se hace ante el arbitrario destino que imponen los dioses.

Esta imaginación trata de hacernos habitar un estado salvaje, preconceptual, presimbólico. Es lo que Zizek denominaría el ámbito de lo preontológico en el que camparía una imaginación feroz manifestando sentidos y relaciones en el mundo previas a la razón, a la categoría de belleza, de religiosidad o a cualquier otra reificación de lo maravilloso que se han estado usando a lo largo de la historia. Por tanto, no se trata sin más de retrotraernos a un presunto paraíso perdido en el que el ser humano se pasearía recogiendo los dulces frutos de la idiotez, la manzana está bien mordida y lo que anhelamos es un mundo que nos ha sido usurpado por estratos sucesivos de mistificaciones.

La búsqueda de ese espacio de prerracionalidad implica lo movedizo, lo ambiguo, lo absolutamente efímero y parcial, permitiendo que perviva la vivencia extática genuina. El azar objetivo se reivindica en el surrealismo como una herramienta para la búsqueda de la experiencia primigenia de contacto con el mundo y nuestra propia psique. Una experiencia que, como en el caso de Brauner, llega a generar en el ser humano un estado de conciencia sumamente turbador desde el cual dotar de un nuevo sentido nuestro estar en el mundo. Y si somos capaces de destilar ese sentido a través del encuentro maravilloso propiciado por el azar es por la liberación de aquella imaginación salvaje que fue capaz de crear los mitos fundamentales y de invocar las fuerzas naturales a través de la poesía y la magia. Sumergidos hasta prácticamente ahogarnos en un sistema de representaciones completamente ajeno y que se afirma de forma constante y violenta, parecería que hoy somos incapaces de conmovernos con el mito de Brauner y sin embargo, nos sigue maravillando. Las capas de cultura (en el sentido más banal del término) impuesta aún no han sido capaces de cercenar completamente la autonomía de la imaginación que sigue trajinando en nuestro espíritu buscando fragmentos de sentido, pequeñas y perturbadoras iluminaciones. No nos queda más que entregarnos a ella para poder maravillarnos de un universo por fin no ajeno.

 

Notas:

 

  1. “Ma peinture est autobiographique, j’y raconte ma vie. Ma vie est exemplaire parce qu’elle est universelle. Elle raconte aussi les rêveries primitives dans leur forme et dans leur temps (…)” en Victor Brauner, Editions Filipacchi, Paris, 1990 pag. 88
  2. Existe una edición en castellano en la editorial Etcétera de Barcelona.
  3. Se pueden encontrar varias referencias en su obra a lo paranormal tratándose de manera específica el caso de Brauner en su novela Sobre héroes y tumbas y en Las Ciencias ocultas de Editorial Merlín, Argentina, 1967, donde se incluye el ensayo "Una teoría sobre la predicción del porvenir".
  4. Nietzsche lo indica de este modo en Así habló Zaratustra: Todo lo que ha sido es fragmento, enigma, espantoso azar, hasta que la voluntad creadora añade: así quería que fuese, así quiero que sea, así querré que sea en el futuro.
  5. Ferdinad Alquié, La filosofía del surrealismo, Seix Barral Editores, Barcelona, 1974, pág. 128.
  6. El ojo del pintor, en Minotaure.
  7. Arthur Schopenhauer, Sobre la voluntad en la naturaleza, Barcelona, Orbis, 1985, pág. 175.
  8. Manifiestos del surrealismo, Editorial Labor, Barcelona, 1992, pág., 128.

Artículo publicado en Revista Salamandra, nº 19-20, Madrid, 2011, pp. 168-176, D.L.: M-34655-1995.