La perversión de las palabras

Captura de un mensaje de Hermann Tertsch
Captura de un mensaje de Hermann Tertsch

Hay palabras mezquinas y perversas que nos encierran en un mundo pequeño, cruel y violento. Palabras que se alzan a modo de fortaleza en la que aspiran a vivir quienes se sienten privilegiados en este caos informe. Hay palabras que emponzoñan todo lo que tienen alrededor, que contaminan, que hieren el imaginario y abortan cualquier posibilidad, cualquier deseo. Por eso, cuando se dice o se escribe “falso refugiado” o “menores no menores” en el espíritu de cada ser humano se introduce un veneno, una carcoma que paraliza, que rompe el diálogo, que impide contraponer cualquier otro discurso. Crean una vía muerta que apuntala la certeza de dirigirnos al fin del mundo. El problema no es que la oscura violencia de este tipo de lenguaje tengan más capacidad para arraigar en la cultura, sino que son palabras usadas como armas para agredir a los espíritus frágiles en los que nos hemos convertido. Porque en la medida en que hemos renunciado a la poesía, la imaginación creadora o la utopía nos hemos quedado inermes ante estos ataques.

 

Decir “falso refugiado” es anular eso común que nos une a cualquier otro ser humano por lejos que esté, que entrelaza nuestros mundos en una tierra compartida. Es impedir que se encuentren nuestras miradas para reconocer el rostro del otro, como podrían tocarse nuestros cuerpos y los suyos, para protegerse, cuidarse o, sencillamente, saludarse. Son palabras que despojan de derechos, que roban humanidad, que empujan al crimen. Es entonces cuando a esa persona se la puede abandonar en mitad del mar, de un territorio de guerra, expulsándola del mundo civilizado donde se resguarda a los seres humanos con el derecho y los valores morales. Lo tenebroso de los términos “menor no menor” y “falso refugiado” es que tienen la capacidad de presentar a ese desconocido como un engañador, un mentiroso, un usurpador y un manipulador. El “falso refugiado” es el abusador que se aprovecha de la inocente y buena conciencia occidental. Y para colmo, rebusca y se apoya en la propia mezquindad de la sociedad occidental, capaz de solidarizarse con los más desfavorecidos sólo en las situaciones de necesidad extrema, pero incapaz de abrir su realidad al diálogo con los otros mundos. El mensaje se introduce rápido y sólido en la mente de cada "ciudadano de bien": sólo podemos acoger a unos pocos refugiados auténticos o a los huerfanitos.

Titular de noticia de El mundo del 19 de agosto de 2019
Titular de noticia de El mundo del 19 de agosto de 2019

Los medios de comunicación liberales y la extrema derecha agreden con un lenguaje simplista que arraiga en la carne reblandecida por el miedo, la tristeza y la ausencia de futuro. El nuevo racismo no se alimenta de la frustración (que la hay), sino de la defensa de los privilegios, por nimios que estos sean. Y de un extraño sentimiento de humillación que ellos mismos espolean. No hay más que mirar la foto de la plaza de Colón para darse cuenta de que es el retrato de una marcialidad impostada, de una testosterona impotente, de un macho decadente que saca pecho ante la humillante derrota que le aterroriza. Están atados a pasiones tristes y violentas que quieren extender como una enfermedad. No podemos quitarle hierro a su discurso, porque está repitiéndose de manera constante y se trata del mismo uso perverso del lenguaje que hizo el nazismo. El “falso refugiado” y el “menor no menor” es hoy lo que fue el judío: el mentiroso, el que finge, nos engaña y se ríe de nosotros. El “falso refugiado” no se oculta en la oscuridad de la noche para robarnos, sino que se aprovecha de nuestra buena voluntad a plena luz del día. El “menor no menor” se introduce en nuestro mundo para crearnos mala conciencia y después humillarnos con sus engaños. En este caso, no es el miedo lo que mueve el odio, es la vergüenza. Porque las mónadas aturdidas repiten desde sus dispositivos estos mensajes de humillación, hacen reverberar un rencor que les hunde en sus sillones. Mientras tanto, jalean a quienes escupen esas palabras de odio, esperan la orden de ataque, como si se trataran de perros de pelea. La consigna empieza a ser clara: debemos defendernos de los “falsos refugiados”, expulsarles de nuestro mundo o matarles. No solo porque "nos quitan el trabajo", sino para acabar con el engaño y para restituir el orgullo y la honra perdidos. Porque, como bien sabe Tertsch, todo es mentira.