El país de Liliput

 

 

" No es el mundo el que está perdido, somos nosotros los que hemos perdido el mundo y lo perdemos incesantemente; no es él el que de pronto se acabará, somos nosotros los que estamos acabados, amputados, atrincherados, somos nosotros los que rechazamos de manera alucinatoria el contacto vital con lo real. La crisis no es económica, ecológica o política, la crisis es ante todo de la presencia."

 

Comité Invisible,

A nuestros amigos

 

Por más que trato de controlarme, la tristeza y la ira me invaden cada vez que veo a una persona volcada en la pequeña pantalla de su teléfono móvil. De hecho, solo consigo mitigar el malestar fantaseando con la completa extinción del maléfico invento. Sí, sueño con la llegada de una honda electromagnética que convierta en basura todos los teléfonos portátiles de la tierra. Ya se nos ocurriría después algún modo de reciclarlos. O quizá fuera mejor erigir con ellos un gigantesco monumento a la estupidez. Seguro que el monumento se podría ver desde la luna (aunque en mi fantasía eso solo lo podrían averiguar los selenitas).

 

 

Ya sabemos que la tecnología mediatiza nuestro acceso al mundo, lo amolda a las dimensiones de la pantalla, lo hace aparecer descontextualizado alterando nuestra percepción y generando una distancia antinatural. En este caso, el móvil no es más que una vuelta de tuerca a todas estas características iniciadas con la televisión y cristalizadas con los ordenadores. Aunque añade una perversión más: con el Iphone todo está al alcance de nuestras manos a golpe de clic. O, mejor expresado, deslizamos en nuestra pantalla al mundo entero con las simples yemas de los dedos. Para conseguir que esto sea así las dimensiones se han alterado aún más, se han disminuido hasta lo grotesco permitiendo una mejor manipulación. Al convertir el mundo en algo minúsculo, los detalles se han perdido junto con el contexto, todo está reducido a un mero esquema o icono que pueda ser reconocible, pero también intercambiable. Lo real queda groso modo, es decir, solo puede aparecer una versión simplificada de bueno o malo, alto o bajo, bonito o feo, porque los matices no caben en la pantalla. Y, claro está, si se reduce demasiado el mensaje para que quepa en pocos caracteres, entonces solo se pueden nombrar los hechos, las cosas o los estados de ánimo, sin explicar nada, sin dar sentido, sin poesía. Y en el caso de las imágenes solo se podrán señalar objetos o personas, quedando tan solo detalles descarnados, sin contexto, sin mundo o meras formas, siluetas en las que adivinar su correspondencia con lo existente.

 

Con todo ello, la fantasía de la isla de Liliput nos está invadiendo, pues nos hemos convertido en gigantes frente a un mundo diminuto. E igual que Gulliver se quitaba a manotazos a las pequeñas personas que trataban de retenerle atado en la playa, el ser humano hoy se quita la realidad molesta con el roce de sus yemas y así elimina las llamadas perdidas, las malas noticias y los mensajes de amor. Si el acceso a lo real se hace a través del Iphone, entonces el mundo se va borrando sin dejar marcas cada vez que elimino un mensaje.

 

Al perder el contacto natural con el mundo, gran parte de la capacidad sensitiva humana se va deteriorando. Evidentemente, las personas dañan la vista al esforzarse para ver dentro de unas dimensiones antinaturales, pero también se infrautiliza y se pierde la sensibilidad del tacto, el gusto, el oído y el olfato. Ninguno de ellos es necesario para la interacción con la pantallita y la percepción se basa en una mera degradación de lo visual. En estas condiciones no podemos decir que el ser humano tenga experiencia de lo real a través del móvil, en todo caso se atiborra de una pseudo-realidad que no comprende y que se superpone sin sentido, acelerada.

 

Pero ni siquiera todo esto es capaz de proporcionar una experiencia de evasión y relax al liberar a los seres humanos de la experiencia de lo real y de esa exigencia de sentido (que ha permitido postular teorías hoy idílicas como la del-ser-en-el-mundo). No, no hay descanso para el cibernauta que en un solo minuto consulta el tiempo para mañana, manda un mensaje a su novia y se mofa del político de moda. Siempre debe ser más fuerte, más intenso y llegar más lejos. Todo con tal de no pensar mientras se mantiene recluido y solo en una falsa interioridad, con una conciencia que no tiene tiempo para aprehender la imagen o entender el texto, exteriorizada para el resto de mirones en el muro de su red social. En ese muro está su memoria, sus deseos, sus reflexiones y las sombras grises de un imaginario sumiso y amoldado al consumo.